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LA PALABRA DEBE SER VESTIDA COMO UNA DIOSA Y ELEVARSE COMO UN PAJARO
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0esmeralda0 LA VIDA ES UNA SUCESION DE LECCIONES QUE UNO DEBE VIVIR PARA ENTENDER
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DEJAME SER LOBO Desde el lado obscuro de tu piel me iluminas. Déjame ser el lobo —sombra de sed y perro y hambre— que entra en la noche de tu cuerpo con pasos húmedos, titubeantes, por tu bosque incierto —tu olor a mar me guía hacia tu oleaje— para tocar adentro la luna creciente de tu sonrisa. Déjame conocer —con lengua incluso— la obscuridad más honda, la más callada, e invocar con movimientos repetidos, rituales como aullidos, la luna llena de tu cuerpo, la que me lleva a ti como si fuera yo, en tus manos, agua que conviertes en marea iluminada.
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DESNUDA: Amo tu desnudez porque desnuda me bebes con los poros, como hace el agua cuando entre sus paredes me sumerjo. Tu desnudez derriba con su calor los límites, me abre todas las puertas para que te adivine, me toma de la mano como a un niño perdido que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas. Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo pasa a ser mi universo, el credo que se nutre; la aromática lámpara que alzo estando ciego cuando junto a la sombras los deseos me ladran. Cuando te me desnudas con los ojos cerrados cabes en una copa vecina de mi lengua, cabes entre mis manos como el pan necesario, cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra. El día en que te mueras te enterraré desnuda para que limpio sea tu reparto en la tierra, para poder besarte la piel en los caminos, trenzarte en cada río los cabellos dispersos. El día en que te mueras te enterraré desnuda, como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.
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Un doble latido: Podía escuchar su silbido aun desde la ducha, cayendo el agua sobre su cuerpo, saciando de agua sus labios, su pecho y recordando todo el sexo incontenible de unos momentos previos. Llevaría en su recuerdo la fuerza de sus manos y sus dedos buscando y palpando su sexo, abriendo sus piernas, su recuerdo que se desvanecería como un encaje negro que deja ver la piel, pero termina por volverse denso y loco, como él ya lo estaba. Sobre su pecho, ella de espaldas tumbada, abriendo y ofreciendo las piernas temblorosas, él ponía una mano en su boca. Pensó tantas veces en tenerla, en odiarla, en follarla. Pensó tantas veces en detestarla y ahora la tenía justo donde quería, gimiendo y latiendo. Podía sentir su doble latido: el de su corazón, que deseaba con toda su alma, y su clítoris, huidizo y brutal. Ese pequeño milagro de piel lo había mantenido sin vida, sin aliento durante meses, alimentándose de un ansia terrible buscando otros cuerpos. Buscaba su boca en otras y eran mentira. Otras bocas en las que encontraba mil lenguas que le lamían y le saciaban por su cuerpo, su cuello, su espalda, su glande, su lengua en otras bocas, en otros cuerpos, buscándola. Lamiendo algo parecido a quien era ella, sujetando por la cadera otros nombres y odiando otros perfumes. Pero ya era suya, como de nadie más podría ser, como él mismo a ella pertenecía, él y todos sus ardientes deseos, sus desconocidos amantes. Él y su voluntad. Él y sus amantes, todo un ejército de patéticas marionetas moviendo sus cortos y transparentes hilos al otro lado del teléfono, a cientos de kilómetros, ordenando besos, caricias, posturas y enredos. Estarás aquí quieras o no, estarás conmigo, mientras penetro a los amantes casuales, mientras les beso, les deseo y te imagino, desnuda, sutil, fugaz y sonriente. Estarás conmigo, maldita puta de Roma, y nunca más desearás a nadie, será imposible que exista en tu mente, en tu cuerpo, en tu vientre, en tu sexo, en tus manos, en tu boca, un deseo que arrastre tantas vidas, tantas horas y tanto anhelo. Estarás conmigo cuando gimen y me lamen, cuando mi cuerpo deja por un momento de ser yo mismo y se convierte en algo parecido a un corazón latiendo fuera de mi pecho”.
Movies:
No digas nada... Solo siente: Mi nombre es Elizabeht, soy francesa y vivo en París con Zaccharie, mi marido. Yo sólo le llamo así cuando me enfado. Para mí es Zaccha. Llevamos casados siete años y debo decir que han sido siete años maravillosos. Lo más importante en nuestra relación siempre he pensado que ha sido la mutua confianza entre ambos y la complicidad en todos los aspectos de la vida. Siento que todavía sigo enamorada de él, y apostaría mi vida, que el sentimiento es recíproco. Tengo treinta años, y Zaccha treinta y dos. No quisiera parecer demasiado pedante o falta de modestia, cuando digo que los dos somos atractivos. Mi marido es alto, fuerte, y... ¡qué queréis que os diga yo... para mí, es guapísimo! Si no fuera por la confianza que, como os he dicho, tenemos el uno en el otro, ya me habría vuelto loca de celos. De mí, Charles siempre dice que tengo un culito respingón muy apetecible, y unos senos preciosos, tersos y juveniles, y a una, siempre le agrada seguir pareciendo atractiva a los demás, sobre todo a tu pareja, viene bien para mantener tu ego a punto. Soy morena, con el pelo ondulado, y cortado a media melena, a mí me gusta darle un aspecto desordenado, creo que me da un plus, no sé, quizás porque hace resaltar el color azul turquesa de mis ojos. Desde el principio, nuestras relaciones sexuales han sido sumamente satisfactorias, sin prejuicios, sin trabas, con una total libertad para buscar el placer máximo, tanto propio, como del otro. Yo tuve dos relaciones antes de conocer a Zaccha, y nunca me había entregado, ni gozado tanto, como con él. La primera vez que me atreví a realizar sexo oral con mi pareja sentimental sin ningún pudor, y porque en realidad me apetecía, fue con mi marido. Con Zaccha puedo llegar a perder el sentido de la realidad, no somos nada convencionales, pensamos que la rutina acaba con la pasión e intentamos dar cabida a todos los juegos y fantasías que crucen por nuestra imaginación. Me considero una mujer multiorgásmica y puedo llegar al clímax incluso sin haber penetración; lo único que no hemos logrado culminar con éxito, y ahí debo reconocer mi total imposibilidad, quizás por el dolor que me producía y por la falta de placer cuando lo hemos intentado practicar, es el coito anal, así que, quedó descartado de nuestro menú sexual sin ningún tipo de trauma u obsesión por parte de ninguno. Todo lo demás, entra en el paquete de posibilidades. Algunas veces comenzábamos visualizando una película X, a modo de precalentamiento, pero solo llegábamos a ver los diez primeros minutos de la misma, después nos dejaba de interesar lo que hacían los actores y pasábamos a ser nosotros los protagonistas. Recuerdo que un día el DVD porno que bajó Zaccha de internet, lo protagonizaba un joven actor negro, y en la primera escena, cuando la chica le bajó su slip para realizar una felación, no pude reprimir un ¡Dios mío..! ¡Guauu..! Ante el tamaño del pene de ese muchacho. Zaccha se rió, luego miró el suyo, pues estábamos totalmente desnudos. -¡Las comparaciones son odiosas!- Dijo con ironía. En cierta ocasión medimos su miembro, por pura curiosidad.., diecisiete centímetros. -¡Bueno...no está nada mal!- Le comenté divertida. - ¡Tú sabes que yo me conformo con poca cosa! Sumado a tus besos y tus caricias...!Me doy por satisfecha! Nunca le he dado importancia al tamaño, pero... la visión de aquel grandioso pene me produjo cierto placer, Zaccha se dio cuenta y dejó que la película siguiera su curso para que yo disfrutara y, si yo disfrutaba... él disfrutaba. Seguimos con atención las peripecias del joven negro y su enorme miembro. ¡Bueno...en realidad era yo quien las seguía con más atención! En un momento dado, instintivamente, mis dedos comenzaron a acariciar suavemente mi pubis depilado, a juguetear con el clítoris. Imaginé cómo sería tener ese pene entre mis manos, entre mis labios, entre mis muslos. Zaccha me observaba mientras su erección se iba haciendo más y más visible, hasta que nos venció el deseo. Dejamos de mirar la película y nos zambullimos desnudos en las aguas turbulentas del placer. A partir de esa experiencia, añadimos un elemento nuevo de fantasía a nuestras relaciones. A menudo, en pleno coíto y cuando la pasión se encontraba en su punto álgido, Zaccha me hablaba al oído inventando diferentes escenas eróticas, en las que el muchacho negro y él me hacían el amor apasionadamente. Yo era totalmente receptiva, y le relataba cómo a veces el chico venía a casa cuando él no estaba, y me encontraba vestida con una minifalda sugerente y ropa interior muy sexy, me desnudaba poco apoco y yo le practicaba una ardiente felación antes de que me penetrara con furia. Nuestra libido ascendía hasta el nivel máximo, explotando como fuegos artificiales y acabábamos a la par, exhaustos, agotados, satisfechos, habiendo disfrutado de orgasmos múltiples maravillosos. Recuerdo el día en que Zaccha me regaló un pene negro de látex, de veinte centímetros, que acababa de adquirir en un sexshop. Acompañó nuestros juegos de esa noche. Siempre hemos tenido claro que todo esto formaba parte de nuestros juegos amorosos, de nuestras fantasías sexuales, por eso nunca ha llegado a suponer una obsesión enfermiza. En agosto decidimos darnos un merecido homenaje. Habíamos acabado estresados por el excesivo trabajo de todo el año. No conocíamos España. Reservamos una lujosa habitación en el mejor hotel de Formentera y allí nos fuimos a disfrutar de su gente maravillosa, de su cielo azul, del mar y de su gastronomía. Nuestro aniversario de bodas lo queríamos celebrar por todo lo alto, era el día veinte de agosto y... ¡qué mejor escenario que éste! Durante los primeros días todo transcurrió como esperábamos, playa, piscina, sol, excursiones, dias tranquilos, noches de pasión. En el restaurante del hotel trabajaba Paul, un camarero francés que más o menos tendría nuestra edad, alto, fibroso, de ojos verdes y... ¡de raza negra! Cuando nos escuchó hablar en francés se acercó a nuestra mesa, enseguida entablamos amistad. Se presentó educadamente y desde ese momento era él quien nos servía en las comidas y las cenas. Era agradable, inteligente, buen conversador y... muy atractivo, os lo aseguro. Desde el primer día me atrajo su mirada, me recordaba al policía negro del pelo rizadito de la serie C.S.I., ahora no recuerdo su nombre, pero siempre me pareció que era muy guapo, lo comentaba a menudo con Zaccha, es raro ver a una persona negra con los ojos claros, resulta exótico. -Te gusta Paul, ¿verdad?- Me preguntó mi marido en el restaurante, el segundo dia de conocerle. -No está mal, es guapo. ¿Por qué lo preguntas, te estás poniendo celoso?- Le contesté de forma picarona. -Ummm, bueno...sabes que no mi amor, pero las miraditas que le echas...- Nos reímos, yo le besé en los labios. -Vale, lo reconozco, me has pillado- Le dije como si estuviera arrepentida. -A cambio te dejaré que mires a una mujer guapa, sin que te pellizque en el trasero. ¿Te parece un buen trato? -Me parece un cambio equitativo, acepto la oferta.- Me guiñó un ojo, regalándome una sonrisa de medio lado, y con cara de chico travieso. Llegó el veinte de agosto y nos encontrábamos cenando en el hotel, Paul nos sirvió uno de los mejores riojas españoles que he probado en mi vida. -¡Feliz aniversario bella pareja! Zaccha le había comentado durante la comida que hoy se cumplía nuestro séptimo año de casados. -Os vaticino una larga vida juntos- Añadió. -Han pasado muchos matrimonios por aquí, y os aseguro que en ninguno he observado este grado de enamoramiento y complicidad que tenéis vosotros. ¡Espero que paséis una bonita velada! Me gustaría contribuir a ello e invitaros a una botella de buen champán. Podéis llamar al servicio de habitaciones en cualquier momento. Recordad que estamos para serviros. Zaccha le estrechó la mano dándole las gracias. A mí me dio dos besos, tan cercanos a mi boca que rozó sus labios con los míos, al tiempo que dejó el aroma de su perfume alojado en mi olfato. Todavía no había probado el vino, pero me sentí embriagada, azorada por ese ligero roce que seguramente se produjo sin él querer. Aparté rápidamente el asunto de mis pensamientos, pues lo realmente importante en esa noche éramos Zaccha y yo. Estuvimos charlando amenamente mientras cenábamos, recordando nuestras batallitas desde que nos conocimos hasta ahora. El vino ayudó bastante para que la cena fuese divertida. Bebimos hasta que se acabó la botella. Yo no tengo costumbre de tomar alcohol, normalmente, con una cerveza me pongo a decir tonterías. Esas copas de vino provocaron que mirara a mi marido y le viera más atractivo que nunca, me sentía feliz a su lado, la mujer más enamorada del mundo. Con una sensación interior de calor y bienestar maravillosas. Zaccha tomó mi mano y la besó. -Elizabeht. ¿Sabes qué..? Cuando te emborrachas estás preciosa.- Me dijo. -No estoy borracha, estoy...a gusto, y deseando que estemos a solas. Quiero ponerme un lacito y ser tu regalo de aniversario.- Intenté poner mirada de vampiresa, pero creo que puse ojos de cordero por el efecto del vino. Zaccha se rio divertido. -Voy a pagar la cena y despedirme de Paul antes de subir, ves llamando al ascensor, ahora te alcanzo. Me levanté un poco mareada, fui hacia el ascensor y esperé a mi marido, Paul me saludó desde lejos y me lanzó un beso por el aire, creo que lo sentí posarse en mis labios. Noté que mis mejillas se ruborizaban como las de una adolescente, le devolví el beso acompañado de una sonrisa. Subimos hasta la planta décima besándonos, a punto de parar el ascensor y hacer el amor allí mismo, pero teníamos toda la noche por delante, y una habitación de lujo, con jacuzzi individual para nosotros solos. -Si te apetece, podemos pedir ahora el champán y tomarnos una copa en el jacuzzi.- Sugirió Zaccha una vez que estuvimos en la habitación. -¿Pretendes que pierda totalmente la consciencia para abusar de mí?- Le di la espalda para que bajara la cremallera de mi vestido. -Solo quiero que esta noche sea inolvidable.- Me besó en los hombros mientras la bajaba. Dejó deslizar los tirantes lentamente por mis brazos y el vestido cayó con suavidad sobre el suelo. Apartó el pelo para susurrarme al oído. -Nunca olvides que te amo princesa.- Sus labios se pasearon por mi cuello y sentí que podía empezar a derretirme en cualquier momento. Suspiré. -¡Ufff..! ¡Será mejor que pidas el champán..! Te espero en el jacuzzi. Acabé de desnudarme mientras él llamaba al servicio de habitaciones, arrojé la ropa interior encima del sillón y me dirigí al baño. Mientras me relajaba rodeada de efervescentes burbujas, oí que llamaban a la puerta. Escuché voces en tono bajo, el sonido del carrito metálico del servicio de habitaciones mientras alguien lo empujaba hacia el salón, el ruido de un tapón al ser descorchado y tintineos suaves producidos por el choque de cristal contra cristal. Al momento entró mi marido con dos copas de champán frío. Maravillosa combinación... champán frío... jacuzzi templado... y besos ardientes. Empezaba a notar un calorcillo especial en los mofletes, un calorcillo que se extendía por todo mi cuerpo, y estuve a punto de tener el primer orgasmo de la noche. Nos secamos y me puse un albornoz blanco, muy corto, que me pareció bastante sensual. Dejaba ver mis largas piernas casi en su totalidad. Llevaba el logotipo del hotel bordado en un bolsillo colocado en el pecho. Zaccha se enrolló una toalla a la cintura y nos sentamos en el sillón del salón a tomar otra copa de champán. Cuando acabamos de beber esa segunda copa y sus efectos deshinibidores se hicieron notar, Zaccha me pidió que me sentara en una banqueta alta, que cogió de la barra de bar que había en el salón, la cual colocó en el centro de la estancia. -Ven, súbete aquí. Quiero darte una sorpresa- Dijo. Yo estaba intrigada por lo que se le podría haber ocurrido a su prolífica imaginación. Me senté en el taburete con la intención de ser sumisa. Colocó un antifaz de dormir sobre mis ojos. Esto empieza bien, pensé, no ver lo que me iba a hacer, producía en mí un cierto morbillo. Hubo un instante de silencio. Luego noté su presencia detrás de mí. Sus labios rozaron mi cuello, yo ladee la cabeza para que me besara por esa zona. Mientras lo hacía, dejó al descubierto mis hombros bajando ligeramente el albornoz hasta la mitad de la espalda. Siguió besándome por los hombros. Sus manos comenzaron a acariciarme por el centro de los omóplatos, para luego ir subiendo poco a poco hasta la nuca, sentí escalofríos. Descendieron por mis brazos hasta conseguir que el albornoz dejara de cubrirme los senos. Y las volvíó a subir, despacio, rozándome levemente hasta llegar de nuevo a los hombros. Desde ahí, noté deslizarse las yemas de sus dedos por mi pecho hasta el principio de los senos, dibujando pequeños círculos alrededor de mis pezones que ya se encontraban totalmente erectos y tan duros, que tuve la sensación de que podrían reventar en cualquier momento, y eso, que ni siquiera sus dedos habían tomado contacto con ellos. Comencé a jadear, mientras notaba calentarse la parte interior de mis muslos y una ligera humedad se instalaba en mi vagina. Sus manos tomaron prisioneros a mis senos, masajeándolos, y pellizcando mis pezones como para darles forma, me besó de nuevo en el cuello y pasó su lengua por el lóbulo de la oreja, me estremecí de placer. El champán actuaba como un potente afrodisíaco y mi respiración se aceleró al mismo tiempo que los jadeos. Estaba próxima al orgasmo. Sus labios se acercaban por mi mejilla hacia la boca, giré la cabeza y entreabrí los míos deseosos de recibir sus besos apasionados. Nuestras húmedas lenguas se encontraron... pero... ¡Esos labios, ese sabor, el aroma que percibí y que tenía grabado en mi memoria olfativa desde la cena en el restaurante...! ¡No eran de Zaccha..! La persona que se encontraba detrás de mí... sin lugar a dudas...¡era Paul! Aparté abrumada mis labios de los suyos, y me cubrí los senos con el albornoz, avergonzada por mi desnudez ante un extraño. Quise bajarme de la banqueta, y quitarme el antifaz. Esto era una trampa preparada de forma sibilina por el cabrón de mi marido. Un golpe bajo. -¡Zaccharie...!- Grité intentando pedirle explicaciones, enfadada. Él, que había estado parado delante de mí, colocó sus dedos sobre mis labios, como para que me callara. Paul desde atrás, me abrazó impidiendo que bajara de la banqueta, y acercó su boca a mi oído. -Elizabeht... no digas nada... solo siente.- Me susurró. -Déjate llevar. En mi interior se desató una lucha a muerte entre la razón, y el deseo. La razón me pedía lanzarme del taburete hacia Zaccha y abofetearle por su atrevimiento. El deseo era tal, que me arrastraba a continuar recibiendo el placer que había quedado interrumpido, para acabar de saciarse. Zaccha me besó en los labios, con cautela, temiendo una reacción adversa por mi parte. -Solo.. he pretendido hacerte pasar una noche, que no olvidaras nunca... Lo siento Elízabeht... Lo siento...De verdad- Masculló arrastrando las palabras. Noté miedo en su voz, asustado quizás, por haber cometido un grave error que pudiera perjudicar nuestra relación. -¡Lo que has hecho es una estupidez!- Le dije quitándome el antifaz con rabia y mirándole a los ojos. ¡Me has intentado engañar en algo, en lo que creo, también yo debería haber dado mi consentimiento! ¿Te has creído que soy una puta? Zaccha bajó la mirada, arrepentido. Miré a Paul, que se había colocado a mi izquierda. También apartó su mirada de la mía, seguramente, con la ingrata sensación de que en ese momento su presencia estaba de más, sobraba. Seguro, que estaría deseando desaparecer de la habitación, hacerse invisible. Mi furia bajó de intensidad al ver a dos hombres hechos y derechos, acobardados y avergonzados, con la cabeza baja, ante una mujer furiosa que les estaba regañando como a niños malcriados. Me dí cuenta que en ese momento, podría hacer con ellos cualquier cosa, incluso colocarlos sobre mis rodillas y darles unos buenos azotes en el culo, por malos, si me lo propusiera. Casi se me escapó una carcajada por lo cómica que me pareció la situación. Zaccha se encontraba desnudo delante de mí y Paul llevaba puesto solamente un slip negro, bajo el que se podía adivinar la silueta y el grosor de su miembro en reposo. No os voy a engañar. Esa imagen me resultó bastante sugerente y erótica. ¡Quizás... debería haber dejado que todo siguiera su curso! Por un momento, en algún recoveco de mi cerebro, volvieron a activarse las pícaras neuronas insatisfechas del deseo. !Sí...es verdad! Zaccha me había tendido una trampa ruin y me había pretendido engañar pero... ¡Qué diablos! ¡Esta podría ser una experiencia única! ¡Bendita trampa, y bendito engaño!- Concluí. -¡Adelante muchachos!- Les animé. -Sigamos con el juego.- Me coloqué de nuevo el antifaz, y esperé sentada y relajada, a que me ofrecieran su mejor versión como amantes. Pasaron unos segundos de silencio, en los que no noté movimiento alguno por su parte. Levanté el antifaz y observé que los dos seguían en la misma posición, mirándome, con una expresión bobalicona en sus semblantes. ¡Aaay..! ¡Son hombres..! Y seguramente mi reacción les había dejado bloqueados. Sí...definitivamente, estaban bloqueados. Así, que tuve que desbloquearlos. -¡¡Vamos!!- Dije de forma apremiante -¿O vais a dejar que una mujer tome la iniciativa? Cubrí de nuevo mis ojos con el antifaz, deshice el nudo del albornoz muy despacio, me despojé de él con movimientos sensuales y lo dejé caer al suelo, quedando totalmente desnuda encima de la banqueta. Alargué los brazos hacia Zaccha para que cogiera mis manos. Cuando lo hizo le atraje hacia mí. Nos besamos en los labios, primero lentamente y luego con pasión. Quedaba firmada la paz entre ambos. Me bajó de la banqueta y quedé de pie en el centro del salón, mostrando mi desnudez y dejando mi cuerpo a merced de dos hombres, predispuestos a hacer con él mil diabluras. Paul me abrazó desde atrás por la cintura. Dedicó una de sus manos a acariciar mi seno derecho, la otra, dejó total libertad a sus largos y fuertes dedos, para juguetear por mi pubis, o para frotar con eficacia y delicadeza mi clítoris, y para introducirse alternativamente en la vagina, que esperaba con ansiedad el momento de ser poseída. Besaba mi cuello cuando se acercó más a mí, y constaté que el slip negro que llevaba puesto, ya no formaba parte de su exigua vestimenta. ¿Sabéis por qué lo supe verdad..? ¡Exacto...! Noté su pene todavía en reposo colocarse entre mis glúteos. Imaginaros la escena, yo, de pié, desnuda, con una mano suya masajeando mis senos, la otra jugando en mis partes más íntimas, y su pene reposando sobre mi culito respingón. El orgasmo no se hizo esperar y llegó en forma de pequeños espasmos en el vientre, acompañados de mis ahogados gemidos y jadeos acompasados, dándole la bienvenida. Me volví hacia Paul, abracé su nuca y nos besamos ardientemente. Colocó sus manos en mis glúteos, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo y apretándome contra su miembro. Yo bajé mis manos por su espalda musculosa hasta detenerlas en su trasero, que al tacto, aparecía duro, pero de piel suave y tersa. Dirigí mi mano en busca de ese tesoro que amenazaba con atravesarme el vientre, y que poco a poco iba cambiando su tamaño. Mis dedos lo abrazaron. Su pene era grueso, más que el de Zaccha, y aún no había llegado a la erección, aún así, mi mano se alegró de conocerlo. Había llegado el momento de darle también una alegría a la vista y me deshice del antifaz. Me fuí agachando con pausa, recorriendo con la lengua su torso primero, después su vientre y a continuación su pene en toda su extensión, desde la base, hasta llegar al glande en forma de seta que lo coronaba, dibujando húmedas circunferencias a su alrededor, mientras lo masturbaba lentamente. Quedé arrodillada ante ese apetecible bocado que todavía no había llegado a su tamaño máximo. Ahora me correspondía lograr su plena erección, y conseguir que se convirtiera en una enorme chocolatina de veintidós centímetros. Zaccha por su parte, no quiso quedarse al margen y también se arrodilló detrás mía. Agarró mis caderas, y acarició a continuación mis pezones. Dejé por un momento la felación en toda regla que le estaba practicando a Paul, para mirar lascivamente a los ojos inyectados de placer de mi marido. Separó mis muslos, pensé que iba a penetrarme pero se tumbó en el suelo, boca arriba, colocando su cabeza entre mis piernas para libar con pasión, y como solo él sabe hacerlo, el dulce néctar de mi clítoris floreciente. ¡Cuánto placer pueden llegar a dar dos hombres a una mujer! Nunca me lo hubiera podido imaginar si no hubiese vivido la experiencia personalmente. ¿Cuál sería el límite...? ¿Cuánto placer podría recibir mi cuerpo sin llegar a desmayarme..? Paul gemía. Colocó una mano sobre mi cabeza para sincronizar nuestros movimientos. Él empujaba su pene dentro de mi boca, y yo deslizaba mis labios adelante y atrás, hasta donde su tamaño me permitía, mientras, mi mano le masturbaba y acariciaba sus voluminosos y redondeados testículos. Tuve que apoyarme con las manos en el suelo ante la inminente llegada de un nuevo orgasmo. Mis dos amantes aprovecharon para cambiar sus posiciones. Zaccha me ofreció su pene, que presentaba una erección extrema. Hacía tiempo que no lo veía tan firme, tan duro, con las venas que lo recorren tan en relieve. Lo elevé hacia su vientre para que mi lengua acariciase sus testículos. Paul, ahora arrodillado delante de mi trasero, separó mis glúteos para que su lengua paseara con más facilidad por el único jardín prohibido de mi anatomía, la única zona que he vetado para el sexo. Mi esfínter. Sabía cómo estimularlo, eso era evidente. Se relajó y comenzó a dilatarse permitiendo que la lengua de Paul entrara y saliera sin ninguna objeción. Introdujo uno de sus dedos por mi ano con suavidad, poco a poco. Mi razón estaba nublada, mi voluntad no existía, y aquello me estaba gustando. El coito anal con ese dedo largo y grueso de Paul, se acompañó con la penetración simultánea de otros dos dedos de la mano que le quedaba libre, en la cavidad vaginal. Se podría decir que esa fue la primera doble penetración placentera de mi vida. Zaccha se tumbó en la moqueta boca arriba, para que le continuara haciendo la felación en una postura más cómoda, e incliné más el torso hasta llegar a la nueva posición de su pene. Paul tenía ahora total accesibilidad y unas vistas inmejorables de mi sexo. Dirigió su explendoroso miembro con la mano hacia mi vagina y la frotó con deleite, para lubricar su glande carnoso, antes de penetrarme lentamente, como sondeando la profundidad interior para no hacerme daño. Volvió a sacarlo, azotó con él mis glúteos y lo introdujo de nuevo, esta vez hasta el fondo, ocupando plenamente el vacío que hasta ese momento había llenado el interior de mi ardiente túnel del amor. Su ritmo lento del principio fue in crescendo. Tanto placer hizo que abandonara la felación a Zaccha, que quedó como espectador único de las acometidas cada vez más rápidas de Paul y su miembro salvaje dentro de mí. Si no me hubiese tenido agarrada fuertemente por las caderas, hubiera salido disparada hacia delante. Mis manos apretaban los muslos de Zaccha, mientras yo dejaba escapar grititos de placer con la cara descansando junto a su pene abandonado. Cada vez que el miembro erecto de Paul llegaba hasta el final de su longitud, sus testículos golpeaban mis nalgas. Tuve el orgasmo más intenso y largo de mi vida. Quedé tumbada boca abajo en la moqueta, cogiendo aire. Zaccha y Paul mantenían sus penes firmes, masajeándolos, para no perder su erección. Zaccha me cogió en brazos, yo me agarré a su cuello y nos miramos, con una mirada en la que se mezclaban el amor y el desenfreno absoluto. Nos besamos mientras me llevaba de camino al dormitorio, la noche, aún no había terminado. Zaccha depositó mi desnudez sobre la cama y se colocó de rodillas entre mis piernas, las abrí para recibir su penetración, él estaba ansioso. Después de verme gozar con Paul, el deseo rebosaba por cada poro de su piel. Me hizo el amor alocadamente. Paul, a mi izquierda, jugueteaba con su lengua por mis pezones erectos, y los succionaba como si fuera un bebé. Yo le masturbaba con una mano y con la otra me estimulaba apasionadamente el clítoris. Noté, cómo el pene de Zaccha engordaba ligeramente antes de empezar a eyacular entre gemidos y resoplidos de pura satisfacción. Cayó rendido junto a mí respirando aceleradamente. Paul, sin perder tiempo, se colocó sobre mí, y comenzó a balancear adelante y atrás su potente trasero, agasajándome con repetidas y aceleradas penetraciones profundas. Cada penetración provocaba que un grito se escapara de mi garganta. Mis piernas se abrazaron fuertemente a su cintura, y mis manos recorrieron sin sentido su musculada espalda, arañándola en numerosas ocasiones. Me sentía como una gata salvaje. Me besó con vehemencia justo antes de que sintiera en lo más profundo del útero, el calor de su semen, lo que provocó mi último orgasmo de esa maravillosa noche. Nos quedamos los tres tendidos sobre la cama, extenuados, sudorosos, con la mirada y los pensamientos dirigidos a la lámpara que adornaba el techo y con la noción del tiempo perdida. El único sonido que rompía el silencio que albergaba la habitación, era el de nuestras respiraciones aceleradas. Cuando logré sosegarme y volver al aquí y ahora, cogí la mano de Zaccha, que se encontraba a mi derecha. Yo estaba acostada entre los dos. Ladee la cabeza para mirarle. -¡Uffff...!- Suspiré. -¿Sabes qué..? Tenías razón cariño...-. Hice un silencio y volví a mirar hacia el techo, seguía embriagada por todas las sensaciones recibidas. Zaccha me miró. -¿Razón?- No te entiendo... -Sí...- Me giré de nuevo hacia él. -Cuando me dijiste que solo pretendías que fuera una noche maravillosa, que no olvidaría nunca. ¡Tenías razón! -Pensé por un momento que saldrías corriendo y no te volvería a ver nunca más- Mantuvimos nuestras miradas y apretó mi mano con cariño. Nos sonreímos. -Créeme..., en realidad estuve a punto, pero tú sabes que soy una mujer reflexiva. ¡No me costó mucho cambiar de opinión!-. Rompí a reír. -¡Vaya, vaya...! ¡Así que he acertado con el regalo de aniversario! ¿Verdad picarona?- Preguntó irónicamente Zaccha. -¡Heeyy..!- Solté su mano y le pellizqué en la cintura, haciéndome la ofendida. -¡Tú has sido el que ha preparado todo esto! ¿Quién es aquí el pícaro..? Pero sí...-Acepté, ya más en serio. -Debo reconocer que tu regalo ha superado mis expectativas. Miré a Paul, que asistía mudo y olvidado a nuestra conversación y sonreía divertido mirando hacia el techo. -¿Paul? ¿Y esa sonrisa...? ¿Qué te ha parecido?- Le pregunté intrigada. Se colocó de costado apoyado sobre su codo derecho, mirándome a los ojos con su rostro a escasa distancia del mío y sin que sus labios abandonaran la sonrisa. -Es que me siento un afortunado. Pienso que el regalo ha sido para mí. Eres una mujer bellísima y cualquier hombre hubiera dado lo que fuera por estar en mi lugar Besó mis labios. Sentí un hormigueo recorrer mi cuerpo. -¡Estoy loca!- Pensé. Si hubiese seguido besándome estoy segura de que mi maquinaria sexual se habría activado de nuevo. -¡Gracias..! Susurró al separar sus labios de los míos. -¡Tú eres un regalo Elizabeht..!- Miró a Zaccha que se había incorporado y estaba apoyado sobre los codos. -¡Cuídala!- Le aconsejó. -Ahora creo que ha llegado el momento de que os deje solos, veo que tenéis mucho de qué hablar-. Se levantó de la cama y no pude evitar fijarme en el bamboleo de su pene. ¿Lo echaría de menos? -Me voy a dar una ducha. ¡Que descanséis!- Lanzó un beso al aire. ¡Dulces sueños!-. Recogió su ropa y salió de la habitación, cerrando la puerta despacio. Han pasado dos meses desde que volvimos a nuestra casa en París. Zaccha me reconoció que hubo momentos en esa noche en los que lo pasó verdaderamente mal. Estuvo a punto de parar el juego ante los celos que le provocaba verme con otro hombre que me hacía gozar de esa manera. Tenía miedo de que después yo no acabara satisfecha cuando los dos hiciéramos el amor. La verdad es que estuvo raro durante varios días, se le notaba pensativo, en ocasiones ausente. Decía que sentía un vacío dentro de él, que quizás su mala conciencia se lo había tragado todo en su interior. Que si pudiera volver atrás, habría prescindido de darme ese tipo de sorpresa. Yo intuí que su verdadero quebradero de cabeza se lo daba el creer que su hombría había quedado tocada tras la experiencia. Su honor como macho dominante estaba en duda, por permitir que otro macho le arrebatase a su hembra delante de sus narices. El que juega tiene que arriesgarse a perder, y Zaccha había perdido confianza en sí mismo. Yo le ayudé a recuperarla demostrándole que él era mi único hombre, mi verdadero amor. Nuestras relaciones sexuales siguieron siendo tan satisfactorias como siempre. Incluso seguimos haciendo uso de vez en cuando del pene negro de látex que me regaló hace tiempo. Afortunadamente, todo volvió a la normalidad. Hace una noche algo fresca, se nota que avanzamos hacia el invierno. Zaccha lleva tres días fuera de casa, en Niza, asuntos de trabajo. Volverá pasado mañana. Así que, estoy sola. Tenía la necesidad de contarle mi experiencia a alguien. Debo reconocer que al volver a recordarla, mientras escribía sentada en la mesa escritorio, he tenido que cruzar las piernas y obligarme a no separar las manos del teclado del portátil. Llevo toda la tarde con un hormigueo especial en el estómago. Ahora mismo estoy algo nerviosa, porque voy a cometer un pequeño pecado que será mi gran secreto. Zaccha nunca se enterará... ¡eso espero! Creo que voy vestida adecuadamente. Minifalda blanca, zapatos con tacón de aguja negros, un tanguita con transparencias también negro, y el sujetador haciendo juego. En la parte de arriba...Perdón... han llamado al telefonillo...Debe ser Paul. Mi pequeño pecado. Esta tarde me llamó al móvil para anunciarnos que estaba de vacaciones en París. Le apetecía vernos para saludarnos y tomar algo juntos. Le conté que Zaccha estaba fuera, pero que si le apetecía, podríamos vernos aquí en mi casa, y cenar juntos. Aparte de un excelente amante, creo que también es un buen cocinero... Ha vuelto a llamar... ¡Será mejor que vaya a abrirle, no sea que piense que no hay nadie en casa y se vaya! ¡Ufff..! Estoy impaciente por volver a verle, y a estremecerme cuando de nuevo me susurre al oído... Elizabeht... no digas nada... solo siente. Bueno... un beso. ¡Au revoir!... ..Ya os contaré...
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VENDETTA: La habitación se encontraba sumida en una oscuridad casi absoluta, pero aun así, la capa de suciedad que la cubría era apreciable. Los muebles estaban descolocados, sin armonía ni color. Había sillas tiradas por doquier y sólo una se encontraba a la vera de la mesa que reinaba en el centro del salón, en la cual reposaba un plato con restos de comida. Los pocos cuadros que decoraban la estancia, fuera de darle un poquito de clase, remarcaban lo tétrico del lugar. Parecía que hacía siglos que nadie pisaba esa casa. Una única figura se encontraba sentada en uno de los sillones, carcomido por los años y la falta de cuidado. Su rostro estaba apenas iluminado por una vela que se encontraba en la mesilla de su derecha. Hacía virar sin demasiado entusiasmo un vaso repleto de un líquido ambarino, claramente perteneciente a una bebida con una tasa de alcohol superior a la normal. El hombre, a pesar de ya no encontrarse en pleno uso de sus facultades, captó un leve sonido que provenía de las sombras. - Sabía que era cuestión de tiempo que volvieses. Una silueta casi inapreciable le observaba desde uno de los rincones de la habitación. El hombre sentado en el sillón, fuera de sentirse asustado o sorprendido, parecía divertirle la escena. - No seas tímido, estás en tu casa, al fin y al cabo. Siéntate y sírvete una copa. ¿Ya tienes edad para beber, no? Por supuesto que tenía edad para beber. Hacía lustros que la tenía, ambos lo sabían bien. Como si el intruso hubiese aceptado, el morador de la casa se levantó a por un vaso y lo llenó abundantemente del mismo líquido que ahora corría en exceso por sus venas. Viendo que el otro no tenía intención de acercarse, lo posó en la mesa. - Aunque la verdad, esperaba tu visita algunos años atrás. Nunca creí que tardarías tanto. El hombre proseguía su monólogo, dándole de vez en cuando pequeños sorbos a su propio vaso. Se le veía relajado, aunque eso quizá era producto del whisky. La figura entre las sombras permanecía rígida, en tensión. Y en un absoluto e inquietante silencio. - Sé a qué has venido. Por primera vez desde el inicio de la conversación, el intruso pareció mostrar un atisbo de vida. Aun en la oscuridad, pudo vislumbrarse cómo una mueca macabra, similar a una sonrisa, trazaba su rostro. Después, como movido por la afirmación del otro, dio un paso hacia delante, dejando que la tenue luz de la vela lo empapase. Era un hombre delgado, quizás demasiado para su altura. Hondas ojeras surcaban sus ojos, contrastadas en demasía con lo pálido de su piel. Su pelo, azabache y largo hasta los hombros, tenía aspecto descuidado. La sonrisa no se había borrado de su rostro. - Eres su viva imagen, de eso no cabe duda. Creí haberme librado en su día de ella, pero tú has hecho que se convierta en un persistente recuerdo. La expresión del otro flaqueó, pero inmediatamente después volvió con más fuerza, dándole un aspecto amenazador. El hombre, acomodándose en el sillón, bebió lo que le quedaba de su vaso y cerró los ojos, esperando con resignación lo que sabía que no tardaría en llegar. - Adelante. Estoy listo. Con una parsimonia desesperante, el nuevo habitante de la casa se llevó la mano al bolsillo y sacó su 9 mm. Su voz, tosca pero calmada, inundó por primera vez la estancia. - Vitiis nemo sine nascitur. Un disparo y después, silencio.

 

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